A partir de los últimos años del siglo XIX, un escultor italo-francés, Medardo Rosso, que vivió entre 1858 y 1928, desarrolló en la escultura los rasgos del impresionismo en pintura, con la que apenas había tenido contacto.
Sus imágenes de rostros expresivos bebían de las fuentes de la vida cotidiana, de las gentes de la calle y su día a día.
Aquí podemos contemplar dos pequeños bustos, “Niño enfermo” y “Niña que ríe”, obras en las que podemos apreciar su interés por recoger los efectos transitorios de la luz en un gesto espontáneo. En el impresionismo tardío de Medardo Rosso, la necesidad de reflejar los matices del rostro humano, es más importante que el empleo de materiales tradicionales.
Medardo Rosso fue un pionero en la búsqueda de materiales alternativos, considerados poco dignos hasta entonces, como la cera, la escayola o el yeso, se pusieron, como soporte, al servicio del planteamiento creativo del artista, permitiéndole ofrecer una serie de matices, luces y sombras, que llegan a transmitir la sensación de realidad, aun careciendo de color y del acabado pulido que caracterizaba la escultura clásica.
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