Este cuadro fue un encargo de Felipe IV para las monjas de San Plácido. El monarca quería obtener el perdón de las monjas por su intento de seducir a una de las religiosas. La superiora idea la trama de poner a la novicia en un ataúd, rodeada de cirios como si estuviera muerta. El rey se impresionó tanto que se arrepintió y encargó esta obra a Velázquez para el convento.
El fondo negro hace destacar la anatomía del Cristo, perfectamente clásica. Es un Cristo de cuatro clavos, uno por cada pie. La pequeña madera sobre la que los apoya da a la figura una gran estabilidad. El paño de pureza nos recuerda las imágenes de los escultores sevillanos. Velazquez huye del dramatismo propio del tema, nos muestra a un Cristo carente de expresión de dolor y con leves huellas de sangre en sus heridas. El rostro perfecto, con la mitad tapado por el cabello, nos muestra una gran serenidad. La leyenda dice que uso este recurso porque era incapaz de pintar la otra mitad, pero obviamente se trata sólo de una leyenda.
(c) (R) 2013, MUSMon com S.L.
Textos (a) Catalina Serrano Romero
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